“Lo que la gente que no
escribe no entiende es que piensan que tu compones una línea de forma
consciente -pero no es así-. Esta procede de tu inconsciente. Así
que tienes la misma sorpresa cuando emerge, que la que tiene el público cuando
el cómico la dice. No pienso en la broma y luego la digo. La digo y
luego me doy cuenta de lo que he dicho. Y me río de ella, porque yo la
estoy escuchando por primera vez.”
Woody
Allen, Revista Esquire, 2013.
Ese momento en que llega la inspiración y vienen a tu
mente un tropel de palabras perfectamente ordenadas, con ideas formadas y
frases estructuradas de algo que estaba dentro de ti y que ha decidido salir y
plasmarse en tus letras. Y una vez que terminas ese párrafo, lo relees y no te
crees que lo hayas escrito.
Sí tenías ganas de escribir sobre algo –una idea para
hablar y desarrollarla– pero no sabes lo que vendrá hasta tus disléxicos dedos,
las cosas que saldrán de tu inconsciente, manifestándose; tu identidad mostrada
sin pudor (ya si luego ese pudor lo edita es otra cosa).
Ese momento en que todo lo que escribiste se ordena como
por arte de magia, las inconexas ideas de repente se reencuentran en la hoja
virtual y se toman de la mano.
Es jodidamente increíble. La señora
inspiración se pasó por tu lado y te dejó un beso en la frente. A veces pasa.
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