miércoles, 23 de marzo de 2016

Sorprendiendo a la rutina.



Es algo hermoso que un niño te sonría. A veces, te toma por sorpresa pero aun así tienes la capacidad de devolverle la sonrisa, en un lindo intercambio. Otras veces no, estás tan “entimismado” que la maravilla del gesto te crea confusión y te limitas a mirarlo sin saber qué hacer, ambos dejan de compartir la mirada, su sonrisa se esfuma y tu confusión muta en arrepentimiento por no haber podido corresponder a la espontanea mueca del pequeño.

En ocasiones los niños no se limitan a sonreír y también te saludan meneando su mano, con una sonrisa todavía más grande. Cuando esto pasa –si no me han agarrado distraído– les devuelvo el saludo y la sonrisa. Muchos no esperaban que eso pasara, que un adulto de mirada triste les regrese la cortesía, y se sonrojan; si se trata de dos o más se miran desconcertados, sin poder ocultar el bochorno que pasan. Eso me hace pensar que poca gente tiene ganas de devolver un saludo y una sonrisa a un niño. Cosa triste.

A veces también, parece que los padres no consideran muy correcto que un extraño, greñudo y barbón, interactúe con sus hijos. No los culpo. He hablado con Gil más de una vez sobre la maldad del mundo y que tenemos que cuidarnos las espaldas, y los frentes también.

Pero es lindo recibir la sonrisa de un desconocido en la calle, más si se trata de un niño con los rasgos aún sin malicia.

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