martes, 28 de febrero de 2017

algo sobre el hablar, el decir...



Nos gusta platicar. Nos gusta echar chisme. Nos regocija contar algo que sabemos. Más, si nadie presente también lo sabe, ya que podría echarnos a perder la suculenta narración que degustamos a cada palabra, no tanto por maldad, sino por querer gozar también del placer de contarla. Y en un chisme apetitoso se multiplican los sabores degustados, de esos que abren de más los ojos de nuestros oyentes que a veces no dan crédito a las noticias que están escuchando.

Le digo a mis tías que chismear está entre los grandes placeres de la vida, junto a comer, coger, dormir y cagar. Ahí está también este placer que nos han hecho creer que es malsano, en el que compartimos la información que cada uno posee. Porque cuando se agregan elementos al círculo chismoso, a veces resulta que la información que nos habían proporcionado no era del todo exacta o distaba mucho de lo que ahora nos cuenta alguien más informado. Las hazañas o las vergüenzas se van adhiriendo nuevos méritos o desgracias, algunas se van puliendo, otras se llenan de polvo hasta que desaparecen. Uno nunca sabe qué pasará con un chisme cualquiera. Hasta dónde llegará. ¿Cuál hubiera sido el destino de Oh Dae Suh si no hubiera abierto su gran boca?

Pero también sabemos que el pez por la boca muere (y regresa Oh Dae Suh). Cuántas desgracias se habrían evitado los que no se han resistido a contar, a decir, a presumir, a victimizarse; los que no pudieron frenar ese impulso vital de hablar, hablar de lo que no debían, de lo que nunca debió ser pronunciado, para no ser repetido por ese otro que traicionó la confianza de quién se traicionó a sí mismo. “Pero no se lo digas a nadie”. ¿Entonces por qué me lo dices? Luego, se llega al punto en que todos saben eso que se supone, nadie debía saber. 


Dice Javier Marías en "Tu rostro mañana" que hablar es la actividad a la que se entrega y se ha entregado siempre de manera natural, sin reservas, en todo tiempo y en todo lugar, no sólo aquí y entonces; (...) lo que más nos define y más no une: hablar, contar, decirse, comentar, murmurar, y pasarse información, criticar, darse noticias, cotillear, difamar, calumniar y rumorear, referirse sucesos y relatarse ocurrencias, tenerse al tanto y hacerse saber, y por supuesto también bromear y mentir. Esa es la rueda que mueve al mundo por encima de cualquier otra cosa; ese es el motor de la vida, el que nunca se agota ni se para jamás, ese es su verdadero aliento.

sábado, 25 de febrero de 2017

de las palabras II




En estos días modernos, muchas palabras son mutiladas por una manada de hablantes ignorantes incultos y valemadres, que no sé qué pase por su cabeza cuando recortan de formas ridículas los pobres vocablos a los que no les queda más que resignarse, y a los que los escuchamos poner una expresión de “¿es en serio?” Pero así está el mundo.

Resulta que a ésta banda de imbéciles (no encuentro adjetivo más preciso) incluso le cuesta decirle a un camarada “wey” y ahora le dicen “we”. Sigue siendo una palabra de una sola sílaba pero todos sabemos que pronunciar la “y” es bastante pesado por ese asunto de que no se sabe a ciencia cierta si es más consonante que vocal, una especie de letra transexual es en todo caso. La doctora dice que "la priva" deja buena lana (plata, guita, money, feria). Es toda una doctora petulante con cientos de diplomas pero también la vence la hueva abismal de llamar consulta privada a la consulta privada. Austeridad gramatical, imagino que será una moda de gente cool que yo obviamente desconozco. Pero bueno, en todas las manadas se cuecen habas.

A algún idiota se le ocurrió decir que para no dejarnos avasallar por los vocablos anglosajones deberíamos dejar de decir OK como una forma de asentir sobre cualquier cosa, y en su lugar usar TG que significa “ta gueno”, y que viene a ser una contracción de “está bueno”. Y ahí van todos (casi todos) a compartir esa maravillosa idea. Ok, suprimimos el OK, pero qué hacemos con el casting, la hostess, el backstage, el smartphone, los gadgets, los spoilers, y tanto puto anglicismo más que nos come la lengua. Algo es algo dirán otros optimistas: maldito amargado.

Y se dice por ahí, y por allá también, que es de sabios callar, que si no se tiene algo bueno o importante para decir lo mejor es tener la boca cerrada para no perturbar el silencio con algo intrascendente o estúpido. Parece ser así, hay personas que han aprendido el valor de las palabras y de la prudencia verbal. El otro lado de esa moneda es que los imbéciles tienen la lengua suelta y padecen de una verborrea que pareciera eterna; no existe el pepto gramatical. No importa las pendejadas que digan, tienen que hablar, que para eso tienen boca, y redes sociales para reproducir cualquier sandez que pase por sus perturbadas mentes. Y otros integrantes de la manada para reproducirlas a placer a su vez.

jueves, 23 de febrero de 2017

de las palabras I



Los usos y costumbres perpetúan el lenguaje. Conservan, transforman o cambian las maneras en que nombramos a las cosas. Hay nombres (signos) que se pierden y que perviven sólo en los diccionarios arrumbados en un rincón del que parece nadie los sacará (quizá si en la casa no hay internet y se está jugando al scrabble, ante la necedad de quien dice que esa palabra sí existe alguien los desempolve), si es que nadie los ha tirado aún. Igual que las enciclopedias se volvieron obsoletos. Hay palabras que se repiten tantas veces, regodeándose al hacerlo, porque se han vuelto populares por una moda que obedece a quién sabe qué cosa. Hay palabras que se visten de ropas viejas, unas veces elegantes y otras en harapos; a veces los que escribimos las usamos cuando queremos encontrar palabras con un significado afín a esa palabra que no queremos repetir. También las usan los viejos y los cultos. Arcaísmos les llaman.

Hay palabras que son mal pronunciadas, la costumbre dejó que nadie advirtiera que así no se decía el nombre de esa cosa. Seguro estarán enojadas, molestas cada vez que no se les usa correctamente. Incluso la ignorancia colectiva hace que se corrija a quien sí conoce la verdadera palabra: “¡no se dice magullado!”.

Hay palabras recluidas porque a alguien se le ocurrió decir que eran malas, palabras que aparecen en ocasiones especiales como cuando hay alcohol recorriendo las gargantas. Aunque en algunas personas como yo conviven codo a codo con las que carecen de maldad. Son palabras que se divierten en la boca de niños y adolescentes que se sienten importantes mientras más de estos vocablos saquen del encierro.

También, hay palabras que han perdido su valor, palabras que fueron despojadas de su identidad y viven en una crisis en la que ya no saben qué significaban. “¿Entonces, qué es un amigo?”, pregunta una. “¿Qué es el amor, qué, amar a alguien?”, se escucha decir a otra totalmente desgastada. “¿Y paz?”, no recuerdo ya lo que significaba.

Los diccionarios siempre llegan tarde a la fiesta, nunca se les dice la hora exacta o será que son impuntuales de cuna; la cosa es que nunca están presentes en los momentos precisos. En México todos cantinfleábamos* y catafixiábamos* sin importar si el diccionario y su real academia nos daban o no permiso. Pienso que todos en el país saben qué significa decir que los Atlanta Falcons la cruzazulearon* gacho*. Que a la larga llegue al diccionario o no no será ningún mérito. Las palabras no están hechas para eso.

*Cantinflear es decir algo de forma muy rebuscada y confusa.
*Catafixiar es cambiar una cosa por otra.
*Cruzazulear es cuando se está muy cerca de la victoria y se pierde. Debido al equipo de futbol Cruz Azul que lo ha hecho en varias ocasiones en años recientes.
*Gacho significa feo.

martes, 21 de febrero de 2017

una tangente de la felicidad


Dejé el periódico en la barra de la cantina que es uno de los lugares en donde se queda para que cualquiera que lo quiera hojear o leer pueda hacerlo. Mientras lo hacía no pude evitar ver que en la libreta de notas de mi madre estaba escrito con tinta roja y subrayada la frase: es preferible ser feliz que tener la razón.

Y sí. Para cualquiera con algo de lógica elemental y sentido común así es. Qué sentido tiene discutir para intentar poner en la mesa encima de todas las demás ideas el concepto que tenemos sobre cualquier estupidez de la existencia. Sobretodo si tenemos frente a nosotros a un individuo necio que a pesar de lo insulso de sus argumentos los sigue repitiendo como niño berrinchudo.

No tiene ningún sentido. No ganamos nada. Y hay gente a la que al escuchar nos pone de malas.

Ahí estaba la frase, doblemente resaltada, sobresaliendo entre las demás anotaciones en la espantosa caligrafía de mi madre.

¿Y en serio la llevará a la práctica esta mujer que siempre tiene la última palabra y que parece ser feliz buscando cualquier excusa para incomodar a los demás y que desconoce los límites de lo políticamente correcto en sus desatinados comentarios sobre cualquier tema? A quien le vale madre ser incorrecta para decir eso que quiere e imponer eso que piensa.

Lo dudo mucho. Pero habrá que ver.


domingo, 19 de febrero de 2017

Truman



Hace algunos meses –no sé hace cuántos– recuerdo haber visto en algunas publicaciones de españoles del Google+ imágenes y comentarios referentes a una película protagonizada por Ricardo Darín y Javier Cámara, a quienes conocí en dos películas que me gustan mucho: El hijo de la novia de Juan José Campanella y Hable con ella de Almodóvar. La película se llama Truman.

También recuerdo que entre los comentarios referentes a la cinta se hablaba de una gran película, por lo que mis glándulas salivales mentales mostraron su excitación por poder ver dicho filme. Pero la película nunca llegó a México, o eso es lo que creo, en todo caso no llegó a la tierra del chorizo (mi tierra).

Vi la película el viernes totalmente complacido. Es una película de esas de muchos diálogos, de muchas reflexiones, donde toda la acción necesaria está en las palabras de los actores.

La premisa es muy sencilla. La decisión de una persona de morir dignamente porque no desea que pase lo que dios quiera, que casi nunca es algo digno. Porque será un dios misericordioso pero pone demasiadas pruebas a sus fieles.

jueves, 16 de febrero de 2017

¡¡¡y esas barbas!!!


En los meses recientes, he recibido en la calle o algún otro lugar, más de una vez, el cumplido (cuenta como eso???) de que mi barba está chida o re chida. Me ha sorprendido el comentario de algún desconocido al que le parece que mi larga barba se ve bien. Una sorpresa graciosa. Yo suponía –eso me han hecho creer– que mis ojos eran lo que resaltaba en mí, pero no recuerdo que en algún lugar alguien me haya halagado diciendo que mis ojos son lindos o que se ven bien. No recuerdo que alguna vez pasara.

Esto que cuento es lo contrario a lo que piensan la mayoría de mis tías –aunque no sé si serán todas– que están organizando una reza de rosarios para que me rasure lo antes posible, y de paso igual y se me sale el chamuco.

Mi vanidad me hará contradecir a mis tías (digo, cuando no estás habituado a recibir palabras ni miradas halagadoras, eso sabe muy bien), y además, lo que es más importante, a Tamara le gusto mucho más con barba. Ya descubrí su fetiche.


lunes, 13 de febrero de 2017

Cavilaciones en torno al alcohol (reflexiones de un borrachín)



Dice Fernando Delgadillo en una emotiva canción: las copas que me tomé de más llevaron mi alma a sus extremos y desbordaron mi felicidad. Me repuse con un día de asueto pero el recuerdo permanecerá. En verdad se desborda la felicidad pero si la borrachera es intensa se necesita de un día para podérsela curar, como decimos en mi tierra.

Ya he contado alguna vez que de niño me gustaban mucho las fiestas familiares, no sólo porque me reunía con mis primos y nos pasábamos la tarde entera jugando sino porque debido a la ingestión de alcohol todos mis tíos y mi abuelo se ponían en un estado muy feliz de bromas y risas que disfrutaba mucho presenciar. Me gustaba ver la transformación que sufrían, la forma como sus miradas serias mutaban en sonrisas fáciles de ojos entintados de rojo.

Y es que en efecto el alcohol tiene la facultad de llevar nuestra alma a sus extremos y sacar al individuo que realmente somos; dormir los prejuicios y anestesiar la pena, para hacer, por ejemplo, que aquel que siempre decía no saberse ninguna canción se pare y cante y baile y haga un ridículo, porque el alcohol también nos duerme otras cosas como la coordinación motriz y el habla coherente.

Y dentro de esas cuestiones de transportación del alma hasta sus límites también he sabido de que lo que se oculta en los recovecos de nuestra esencia y espíritu sale  través de las manifestaciones “artísticas” que podamos realizar. Por ejemplo, que estando bajo el influjo del alcohol, con el alma suelta, podría escribir algo, digamos, más “profundo” que lo que podría teclear estando totalmente sobrio.

Este asunto llamó mi atención. La curiosidad me hizo preguntarme qué podría salir de una sesión de escritura o pintura estando medio pedo. Sólo una curiosidad más.

Pero un día, tras una comida familiar con copas de vino incluidas, después de unas 4 o 5 me llegó el eco de aquella curiosidad. Así que encendí la computadora y me senté dispuesto a escribir. Pero no pude. No pude escribir ni una palabra. Mi cabeza daba vueltas y me dio mucho sueño, y no escribí nada. Nada.

Al menos pude comprobar que a mí no me funciona eso de las sustancias detonantes de la creatividad. Necesito estar sobrio, y cuando me embriago lo disfruto, y canto, siempre canto.