jueves, 31 de agosto de 2017

entre Brayanes y Messis


—Qué lindo tu hijo, ¿Cómo se llama?
—Messi.
—Pero Messi es apellido, ¿Por qué no lo llamaste Lionel?
—Porque Lionel suena muy común.
—Pero el padre de Messi es fan de Lionel Richie, por eso lo llamó así.
—¿Y eso qué?
—Ni siquiera castellanizó a "Layonel" como comúnmente hacen con "Maycol", "Yeison" o "Makiver".
—¡LIONEL SUENA MUY COMÚN DIJE!

Suena muy común y es obvio que mi hijo, por el sólo hecho de ser mi hijo, no lo es (aunque yo lo sea). Creo que esta es la premisa que mueve a muchos padres en la actualidad al buscar un nombre para sus juguetitos, digo, para sus hijos. Pero creo que hay una relación muy cercana entre aquellos que tratan a sus retoños como juguetitos y los que escogen nombres excéntricos, por no decir, ridículos, para sus vástagos.

Hace pocos días leía en el periódico que en la Ciudad de México se habían llevado a cabo más de dos mil juicios para cambio de nombre (aunque no especificaba en cuanto tiempo), muchos de ellos propiciados por el acoso que sufrían los portadores de tan peculiares motes con que fueron dotados. Pero es que una niña prietita y fea que se llame Princesa, Laidydi o Princesa Leia en este país tan racista y clasista, que vende tantos tratamientos de aclaramiento de piel, es como que quisieras que tu hijo sufriera. Quizá por aquello de que los que sufren se crecen al dolor y al sufrimiento. ¿Será?

Me dirán que cada persona está en su derecho de poner el nombre que quiera a su hijo, y yo respondería que sí y que yo también estoy en mi libertad de burlarme de lo que me dé risa. Pero en este caso no creo que un pendejo tenga derecho de joderle la vida a un chamaco que nada puede decir al respecto, y que quizá, a pesar del cambio de nombre quien sabe cuántos años después, pudiera quedarle el daño psicológico jodiéndolo para muchos más años. Y además, puede cambiar de nombre pero el apodo de la ridiculez aquella lo puede seguir persiguiendo hasta que muera.

O luego el coraje de aquel padre: qué tal que el tal Messi le va al Madrid.



lunes, 28 de agosto de 2017

un instante


Tu día va normal, todo lo normal que se puede, y en un instante, en pocos segundos tan sólo, todo se va a la mierda. La pequeña pieza de dominó termina tirándolo todo, lo ha jodido todo. A veces ni siquiera eres consciente de qué fue lo que pasó. Sólo pasó. Y ahora, segundos después, todo es distinto. Lo dicho ya está flotando en el aire y no se puede retirar, lo hecho ya hizo el daño que iba a hacer, a veces más del que se buscaba, casi nunca menos. Lo dicho nunca va a ser borrado con unas bienintencionadas disculpas, por más sinceras y arrepentidas que sean. Lo hecho, mucho menos todavía.

Hijo de tu puta madre, grita a toda voz el conductor ante la violenta embestida del carro que impertinente se metió frente a él a sólo centímetros de golpearse los coches. La sangre concentrada, las venas salidas, la ira dispuesta. Toda la frustración de la naciente semana concentrada en esa vehemente mentada de madre. Y cuando el gritón ve salir a un enorme tipo con cara de villano de película de mafiosos que le mira con desprecio y crueldad, sabe que todo se ha ido a la mierda.

Es cierto ese cuento de los clavos en la puerta. De que cuando uno ofende a otro clava un clavo en su puerta, en su piel sería más pertinente decir. Luego, al reflexionar, para reparar el daño, se pide una disculpa o se hace algo para enmendar lo que se hizo; al hacerlo se saca el clavo que se había introducido, se quita. Pero ha quedado un hoyo en la madera, en la piel, una marca queda como señal de lo que pasó, por más bella que haya sido la compensación realizada la marca ha quedado. Se podrá tapar pero aun así, hay una marca provocada por lo sucedido, que no se vea no quiere decir que no exista.

Fue necesario un solo instante para perder la normalidad, para caer en la trampa de la ira. Para clavar en el corazón de nuestra amada la imborrable daga o para provocar al grandulón que nos viene a golpear dejando salir también su rabia.

Un instante solamente.


jueves, 24 de agosto de 2017

La culpa es de Martha Higareda



Hace algunos meses apareció en la cartelera una película llamada 3 idiotas que me dieron muchas ganas de ver, sobretodo porque el director es Carlos Bolado (Promesas, Tlatelolco, etc). Me llevé una de las más grandes decepciones cinematográficas hasta ahora, la película me pareció una cochinada, con una historia simplona y absurda, llena de detalles incoherentes. Luego de verla quise escribir una crítica titulada Cine idiota para gente idiota, pero la apatía, quizá exacerbada por la propia cinta me alejó de teclear mi malestar.

es cinematográficas cuando la eler, sobretodo porque el director es Carlos Bolado. Me llev me iba a gustar
La verdad es que me choca esa pedante postura de creer que todo el cine mexicano será malo, o que todas las comedias nacionales serán ridículas y absurdas sólo por  haberse realizado en el país de los tacos (de los que se comen). Hay películas de las que después de haber visto el tráiler me dan ganas de ver, ha habido alguna que he visto más por morbo o porque tenía ganas de ir al cine, o porque tenía un boleto gratis. Otra verdad es que me gustan las comedias, me gusta reír. Aunque no ría cuando todos los demás lo hacen.

Fui a ver Hazlo como hombre, no sólo para ver a Aislyn Derbez, sino porque me pareció que podría tratarse de una película digna de ver, divertida. Y a pesar de leer un fragmento de una crítica algo negativa sobre ella me aventuré a verla (lo mejor fue darme cuenta en la taquilla que tenía un boleto gratis con palomas, nachos y refresco). Pasó lo contrario que con la de los Idiotas, la película me gustó. Me pareció adecuado el manejo de la salida del closet, con énfasis en los prejuicios idiotas que se escuchan aún todos los días en este país. Me gustó el tono de farsa de la primera parte de la cinta.


Luego –no sé de qué forma se habrá formado esa idea en mi cabeza–, me quedé pensando que toda la culpa es de Martha Higareda, porque de las otras tres comedias mexicanas que vi en el último año y medio, las únicas dos que me parecieron horribles fue en las que aparece la famosa actriz que se agrandó los pechos (que por cierto, un primo me hizo notar que siempre hay una escena en la que hay una toma descarada sobre su escote; su, según él, famosa “escena de chichis”). Y la cosa no es que salga ella, la cosa es que Martha es productora de esos horrendos filmes, así que tiene responsabilidad en el producto final. El otro bodrio es No manches Frida.

Otra cosa es que esa idea de hablar de cine idiota para gente idiota es una idea muy pertinente porque esos dos espantosos filmes tuvieron una muy buena recaudación en taquilla; de hecho escuché a varias personas decir que les habían gustado mucho. Y no es que me las dé de exquisito, pero las cosas malhechas se notan. Pero pues si eso les gusta, eso les seguirán dando.

Una nota final. En la de los Idiotas es evidente lo bien que ha tratado la vida a Martha Higareda. Si la comparamos con Luis Fernando Peña, su coprotagonista en Amarte duele, ese cuate si se ve requetetraqueteado.

martes, 22 de agosto de 2017

Secretos


Uno de los recuerdos más viejos que tengo, de cuando vivíamos en aquella pequeña casa en la colonia Meteoro, quizá a mis cuatro años, o a los cinco, no lo sé, es el de la víspera del cumpleaños de mi madre. Íbamos a comprarle un regalo, por lo que mi padre nos pidió que lleváramos nuestras alcancías para ver de cuánto dinero disponíamos para dicho regalo. Yo tenía una alcancía muy bonita de un panda, creo, de plástico, con un agujero abajo para poder sacar las monedas sin estropearla. Quizá estábamos en la recámara de mis padres, recuerdo que vacié las monedas sobre la cama, no tenía idea de cuánto dinero había dentro de mi alcancía pero sí recuerdo que mi padre rió ante el poco dinero que tenía guardado; quizá mayormente pesos y centavos. Mis hermanos habrán hecho lo mismo, pero eso no lo recuerdo.

Recuerdo que fuimos con mi padre a una tienda de discos en el centro de la ciudad, en los portales. Recuerdo que compramos un disco de José José, me parece que tenía una carátula blanca en la que aparecía don José ahí parado, mirando hacia enfrente. No recuerdo cuando le dimos el obsequio a mi madre, ni cuando le cantamos las mañanitas, ni abrazos ni fiesta ni nada más. Pero tengo alojado en la cabeza ese borroso recuerdo de la alcancía, las monedas y el disco blanco de José José.

Quienes me conocen saben que soy un apasionado de sus canciones, que me gusta escucharlas y cantarlas, que son parte importantísima de la banda sonora de mi vida. Mi gusto hacia esas canciones nació en mi niñez, esos discos eran algunos de los que mis padres ponían constantemente. Se podría decir que es un gusto que heredé de ellos.

La cosa es que ahora, muchos años después, parece que a mi madre se le acabó el gusto por esas canciones. No sólo eso, ahora las encuentra detestables. Parece que el que sean de mis predilectas las ha vuelto malditas, indeseables. El hecho de que a mí me gusten ha hecho que ella las desprecie.

Por qué, nunca lo sabré. 


martes, 15 de agosto de 2017

Alardeando



Me creo un buen tipo. Me siento una buena persona. Me considero un hombre inteligente, pensante. Creo estar totalmente alejado de ser un hijodeputa, aunque también creo que al menos un poco de eso está alojado en el ADN de todos.

He llegado a alardear con mis actos sobre mi conducta progresista y openmind. He tratado de dejar en claro que no soy un macho y que desprecio las conductas machistas y misóginas, aunque aún lucho con algunos prejuicios. Le doy libertad a mi mujer, dije sin pudor; con mi narcisismo alentando la triunfante frase. Tú no le das nada, tú (insignificante al fin) no puedes darle nada, ¿quién eres tú para darle algo, para darle libertad? Pensé que sólo era un error semántico, que se debía a estar dentro de una sociedad netamente machista lo que me había provocado escribir tal aberración: respeto la libertad de mi mujer (como muy pocos hacen), corregí. (Porque soy un gran tipo, eh. Tiene suerte la condenada).

Supuestamente al dejarla ser, al dejar su celular en paz, sus redes sociales intactas, sin tener necesidad de saber con quien se escribe ni con quien chismorrea, de saber que va a donde quiere con quien quiere cuando quiere, de invitarla a ir conmigo al cumpleaños de mi tía para esperar si quiere o si puede hacerlo; de no celarla, ni checarla, ni atemorizarla. De todas esas cosas que se supone que la “gran” mayoría de los hombres no hacen. Supuestamente el respetarle todo eso correspondía a un asunto de mi corrección como persona, de que creo que eso es lo correcto, de que ya lo dije: soy un buen tipo; un gran tipo al parecer.

Pero no. Toda esa amabilidad en mi persona es producto de mi narcisismo.

Es ese inamovible narcisismo el que me mueve. Porque hay que dejar claro que no soy como los demás. Al menos en mi mente.

Aunque, hay que decirlo, no jodo a nadie con él.